En la administración de Donald Trump, las decisiones militares suelen tomarse mediante intercambios informales, incluso por mensajes de texto. Una filtración de conversaciones sobre un posible ataque a Yemen reveló el descontento del vicepresidente James David Vance, quien criticó la idea de “tener que rescatar a los europeos una vez más”. En el mismo diálogo, el secretario de Defensa Pete Hegseth no dudó en tildar a los aliados europeos de “parásitos geopolíticos”, reflejando una clara animadversión hacia lo que perciben como un aprovechamiento constante por parte de la UE.

 

Lo que subyace en estas tensiones no es simplemente un choque entre el globalismo europeo y el nacionalismo trumpista, sino una profunda divergencia de intereses estratégicos. Mientras Europa Occidental ha identificado a Rusia como su principal adversario, Estados Unidos concentra sus esfuerzos en contener el ascenso de China. Esta diferencia ha llevado a Washington a relegar a Bruselas a un papel secundario, aplicando una lógica inspirada en el principio maoísta de la “contradicción principal”: enfocarse en el rival prioritario sin consultar a aliados considerados oportunistas.

 

Tras la caída de la Unión Soviética, Europa intentó expandir su influencia hacia el este, impulsando lo que se conoció como el “proyecto ucraniano”. La idea, liderada por Francia y el Reino Unido, buscaba controlar el Mar Negro a través del corredor Gdansk-Odessa, una ruta clave para el comercio con África, Oriente Medio y Asia. Sin embargo, este plan chocó con los intereses tanto de Rusia —que perdía el puerto de Sebastopol— como de EE.UU., que veía en él un intento de crear un eje euroasiático excluyente.

 

La anexión de Crimea en 2014, tras un referéndum popular, fue un golpe duro para las ambiciones europeas. Rusia justificó su acción citando la persecución de la población rusófona en el Donbas y el incumplimiento de los Acuerdos de Minsk por parte de Kiev. Además, la posible instalación de misiles de la OTAN cerca de Moscú aceleró el lanzamiento de la Operación Militar Especial en 2022, una campaña que el Kremlin insiste en no calificar como guerra, dado su enfoque limitado en el uso de la fuerza.

 

Contrario a lo que muchos suponen, la UE y el Reino Unido han superado a EE.UU. en apoyo militar y económico a Ucrania. Entre 2022 y 2024, Kiev recibió 132 mil millones de euros de Europa frente a 100 mil millones de Washington. En términos de armamento, los europeos enviaron más tanques, artillería y aviones de combate. Sin embargo, los asesores de Trump argumentan que este gasto no debe traducirse en un mayor control europeo sobre Ucrania, ya que reforzaría a un aliado que ahora ven como un subordinado rebelde.

 

El resentimiento hacia Rusia no es nuevo. Históricamente, Europa ha demonizado a Moscú, ignorando que en los últimos siglos fue Rusia la invadida —por Suecia, Napoleón y Hitler— y no al revés. Hoy, Bruselas repite patrones de propaganda, presentando a Vladimir Putin como una “amenaza existencial” para justificar su gasto militar y ocultar el fracaso del proyecto ucraniano. Mientras tanto, Trump, al reconocer que derrotar a Rusia es inviable, ha optado por priorizar la contención de China, dejando a Europa en un rol marginal.

 

Como señaló el académico Yakov Rabkin, Europa enfrenta un fantasma más temible que el comunismo: la irrelevancia. Su incapacidad para aceptar la nueva realidad geopolítica la lleva a prepararse para crisis futuras, acumulando reservas y aumentando el gasto en defensa. Mientras tanto, analistas latinoamericanos equivocadamente comparan a Trump con Putin, sin notar que el primero busca mantener la hegemonía estadounidense frente a China, mientras que el segundo defiende la soberanía rusa contra la expansión de la OTAN.

 

Trump encarna el poder financiero y las doctrinas intervencionistas, mientras que Putin promueve la multipolaridad y la no injerencia a través de los BRICS+. Ante esta dicotomía, resulta ingenuo pretender neutralidad o equiparar ambos proyectos. La pregunta real es: ¿podrá Europa aceptar su nuevo lugar en un mundo donde ya no dicta las reglas?

 

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