
La retórica trumpista del “America First” no es más que el estertor de un sistema agotado, un capitalismo financiero que devoró sus propias bases productivas y ahora busca recomponerse mediante un proteccionismo agresivo y el saqueo descarado de recursos ajenos. Lejos de representar un resurgimiento nacional, esta estrategia evidencia la profunda crisis estructural que atraviesa Estados Unidos: una potencia que ya no puede imponer su voluntad mediante la hegemonía económica y que recurre cada vez más al uso descarnado de la fuerza, tanto militar como financiera.
El panorama global ha cambiado radicalmente. Las 1.300 bases militares estadounidenses dispersas por el mundo, otrora símbolo de un poder incontestable, hoy son estructuras obsoletas frente al avance tecnológico de los movimientos de resistencia y al poder disuasivo de las nuevas alianzas multipolares. Los BRICS+, que agrupan ya a 36 naciones, han creado un sistema alternativo de comercio e intercambio que prescinde progresivamente del dólar, mientras la OTAN muestra grietas irreparables en su cohesión. Europa, bajo la égida de la inteligencia británica, busca su propio camino armamentista, alejándose cada vez más de la órbita estadounidense.
En este contexto, América Latina enfrenta su prueba definitiva. Gobiernos como el argentino, sumisos hasta la caricatura, se ofrecen como laboratorios de un neocolonialismo del siglo XXI, implementando políticas de ajuste salvaje y entrega de recursos naturales. Sin embargo, persiste la posibilidad histórica de construir una verdadera integración regional, retomando el proyecto de la Patria Grande a través de mecanismos como la CELAC y UNASUR, y estableciendo alianzas estratégicas con los bloques emergentes.
La disyuntiva actual no es solo de Estados Unidos, sino de toda la humanidad: continuar bajo un orden unipolar en descomposición o avanzar hacia un mundo multipolar donde las naciones puedan ejercer su soberanía plena. Para nuestros pueblos, la elección es clara: seguir de rodillas ante un imperio moribundo o levantarse para escribir, por fin, su propio destino. El tiempo de la liberación nacional no admite más postergaciones.